domingo, 29 de mayo de 2016

¿Por qué compás vamos?






Dejo con cuidado las baquetas sobre el atril y miro con atención la partitura. Acabamos de llegar a una de las partes más peligrosas que un percusionista puede encontrarse: un montón de compases de espera.

Entonces, y como suelo hacer en estos casos, me digo a mí misma: "vamos, ahora no te puedes empanar, no te empanes que la liamos...". Y empiezo a contar compases en silencio, sin perder de vista al director. "Uno... dos... tres... qué bien ha sonado esa trompeta... cuatro... cinco... seis..." Parece que la cosa va bien, así que decido tomarme dos compases para repasar mentalmente una parte de mi papel. Y sigo contando: nueve... diez... mi compañera me sonríe... ¿once? Vale, sí. Doce..."

Las cuentas me van saliendo cuando, de repente, una corriente de aire trae consigo un olor que nubla todos mis sentidos. Y el tiempo se detiene. Huele a carne. Y estoy segura de que son hamburguesas. Pero, ¿de pollo o de ternera? En ese momento deseo con todas mis fuerzas que en casa hayan hecho algo bueno para cenar. Y mientras sigo pensando en todo lo que podría comerme, un susurro que lleva mi nombre hace que me vuelva hacia uno de mis compañeros. Puedo ver la duda en su mirada. Entonces, me pregunta: "¿Por qué compás vamos?"

....

El papel con más compases de espera que he visto hasta el momento es el de bombo, platos y triángulo de "Rienzi" (Obertura de Richard Wagner). Hasta la primera entrada de triángulo hay más de 150 compases de espera: